Una obra muy vulgar
- Gudiel Urrestarazu
- 17 dic 2022
- 3 Min. de lectura
El pasado jueves 1 de diciembre, en el teatro Arriaga se presentó la obra de teatro Los
Farsantes protagonizada por actores de renombre como Javier Cámara y Marina Salas entre otros. La obra trata sobre la historia de dos personajes relacionados con el mundo del cine y del teatro que sin saberlo, tienen un nexo común, el director de cine Eusebio Velasco.

Era una oscura tarde de invierno, una larga fila de gente dispuesta a comprar su entrada rodeaba los aledaños del teatro. Entre tanto, dos mujeres de pelo blanco y una evidente avanzada edad, charlaban por lo bajo. “Solo vengo por Javier Cámara, es un actorazo” afirmaba una de ellas mientras sonreía.
La larga fila de gente sin su entrada denotaba una cierta falta de organización por parte del teatro y, de hecho, así fue. La puntualidad por parte de los vendedores y revisores de las entradas brilló por su ausencia y no fue hasta pasada la hora de comienzo de la obra cuando, por fin, se empezaron a vender las entradas.
La fila avanzó deprisa y, en unos 10 minutos, cada persona tenía su entrada en la mano. A pesar de la tardanza, la espera mereció la pena. Unas imponentes escaleras subían hasta el cuarto piso donde se encontraba una de las tantas entradas abarrotadas de gente. Unos aterciopelados asientos de color rojizo acompañados de un llamativo juego de luces ofrecían una cálida bienvenida a todo el que entraba.
Tras varios minutos de murmullos, se hizo el silencio. Un enorme foco apuntaba al centro del escenario y, justo en ese momento, la protagonista de la obra se situó en el centro preparada para comenzar con su más que preparado monólogo. Ana Velasco nos ofreció una breve explicación sobre cómo la relación con su padre le había afectado toda la vida y, por eso, decidió ser actriz para que él estuviera orgulloso de ella. También explicó cómo su carrera de actriz se encontraba en punto muerto y sus fallidos intentos por relanzarla.
30 minutos después, se cambió de escena y se introdujo a Diego Fontana, un director de películas comerciales cuya carrera se encontraba igualmente estancada y, tras sufrir un accidente, decidió cambiar el rumbo de su vida. Se explicó cómo ambos personajes estaban, sin saberlo, conectados por la misma persona, el padre de Ana, Edu Velasco, un director de cine de los años 80 en paradero desconocido.
Transcurrida la primera mitad de la obra, llegó el descanso. “La actriz gritona es la peor, actúa siempre igual, no te crees sus personajes”, comentaba un hombre de mediana edad a su mujer haciendo mención de Nuria Mencía. La mujer, asintió dándole la razón y la conversación siguió de forma apacible comentando los pormenores de la obra.
Minutos después, se reanudó la representación. Un complejo desarrollo de los personajes acompañó a la segunda mitad de la obra. Ana Velasco aprendió de sus errores tras actuar en “El mago de Oz” y se dio cuenta de que necesitaba salir del limbo profesional en el que se encontraba. Mientras tanto, Diego Fontana, tras charlar largo y tendido con el codirector con el que planeaba realizar una serie internacional, se planteó cambiar el rumbo de su vida y decidió revivir una película de Eduardo Velasco persiguiendo así su verdadero sueño.
Finalmente, Ana y Diego, tras encontrarse en un bar, hablaron sobre el rumbo de sus vidas. A lo largo del último acto, reflexionaron sobre sus inquietudes y sueños y llegaron a la misma conclusión:, todos son unos farsantes.
Al terminar, el público se puso de pie y comenzó a aplaudir mientras los actores agradecían con la mano. La obra que el país describió como “ una comedia ingeniosa e inteligente en la que brillan sus cuatro actores” terminó resultando ser una representación monótona y vulgar, acompañada de un vestuario desacorde con la temática y una pésima organización.
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