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Un problema muy real

  • Foto del escritor: Gudiel Urrestarazu
    Gudiel Urrestarazu
  • 10 dic 2022
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 11 dic 2022

El sexo es un tema tabú en la mayoría de sociedades desde que el hombre es hombre. Entra dentro de ese listado de temas que casi nadie se atreve a tratar con la naturalidad que realmente requiere. Pero dentro del mundo del sexo, hay algunos ámbitos que son incluso más tabú que otros, y uno de esos ámbitos es el de la sexualidad en gente con discapacidades y minusvalías tanto físicas como mentales.


Esta problemática existe desde los orígenes de nuestra especie y hay varias explicaciones para ello. Las más comunes son la vergüenza y la ignorancia. La primera es bastante común. Si los temas sexuales ya son incómodos a tratar entre gente sin ningún tipo de impedimento, tener que tratarlos con personas que no son del todo capaces de entenderlo y que, muchas veces ni siquiera son familiares o amigos cercanos (pues en las residencias de ancianos los cuidadores se ven obligados a enfrentarse a situaciones que requieren de este tipo de explicaciones), la comunicación con ellos es realmente complicada e incómoda y este es uno de los motivos principales por los que no se trata este problema. El segundo motivo suele ser la ignorancia. Comúnmente se piensa que, al padecer minusvalías y discapacidades, las necesidades sexuales de la persona en cuestión, desaparecen. No es extraño escuchar comentarios como “ellos no piensan en esas cosas” o “ellos nunca hablan de eso así que será porque no tienen ese tipo de necesidades”. Pero nada más lejos de la realidad, pues son personas como el resto al fin y al cabo y por supuesto que tienen necesidades sexuales que atender. Ellos también tienen presente el sexo al igual que todo el mundo, simplemente no suelen saber como expresarlo. Nadie les ha enseñado a mostrar lo que sienten ni les han explicado cuales son las funciones y necesidades de sus genitales más allá de las puramente necesarias y es por eso por lo que manifiestan sus deseos sexuales de forma brusca e inesperada o, directamente, nunca los manifiestan.


Uno de los casos más mediáticos relacionados con esta problemática fue el ocurrido en 2014 entre Henry Rayhons, el ex legislador de Iowa y su mujer Donna. Tras muchos años de estar felizmente casados, Donna desarrolló Alzheimer, lo cual hizo que empezara a perder progresivamente la memoria. Fue internada en un hospital mental al que su marido iba a visitarla continuamente. A pesar de que ella no lo reconocía como su marido ya que no se acordaba de quién era, los médicos aseguraban que se ponía muy contenta al verlo y que siempre quería pasar tiempo en compañía de él.

Fue en una de estas visitas cuando Donna y Henry, estando en una de las habitaciones de la residencia, decidieron

mantener relaciones de índole sexual tras pedírselo ella mediante el término “jugar el uno con el otro”. Al hacer mucho ruido, la compañera de habitación de Donna se lo comentó a los directores del hospital quienes denunciaron a Henry por, supuestamente, forzar a su mujer ya que alegaban que ella no estaba en condiciones de consentir ese tipo de relaciones. Finalmente, tras meses luchando en los juzgados, el marido fue absuelto ya que el juez afirmó que ,a pesar de no reconocerlo como su marido, la mujer expresaba felicidad al verle expresando un sentimiento de familiaridad y que, con eso, las relaciones sexuales estaban permitidas entre ambos.


Toda esta problemática tiene su raíz en la educación. La educación sexual lleva décadas brillando por su ausencia en la grandísima mayoría de centros educativos y esto propicia que haya desconocimiento y que, los tabúes sociales, sigan creciendo y asentándose en nuestra sociedad. Es precisamente por eso por lo que hay que impulsar la educación sexual. Se tiene que ofrecer una educación sexual justa y eficaz para todos los públicos, desde los más jóvenes hasta adultos que no hayan podido recibirla cuando deberían haberlo hecho. Una educación sexual de calidad, esa es la solución.



 
 
 

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